Dar esperanza en la tristeza
«Dar esperanza en la tristeza» es el lema que propone el departamento de Pastoral de la Salud para la Campaña del Enfermo 2024. Una Campaña que la Iglesia en España inicia el 11 de febrero, festividad de la Virgen de Lourdes, con la Jornada del Enfermo a nivel mundial y se cierra el 5 de mayo, con la Pascua del Enfermo. MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA XXXII JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO
«No conviene que el hombre esté solo».
Cuidar al enfermo cuidando las relaciones
«No conviene que el hombre esté solo» (Gn 2,18). Desde el
principio, Dios, que es amor, creó el ser humano para la comunión,
inscribiendo en su ser la dimensión relacional.Así, nuestra vida,
modelada a imagen de la Trinidad, está llamada a realizarse plenamente
en el dinamismo de las relaciones, de la amistad y del amor mutuo. Hemos
sido creados para estar juntos, no solos. Y es precisamente porque este
proyecto de comunión está inscrito en lo más profundo del corazón
humano, que la experiencia del abandono y de la soledad nos asusta, es
dolorosa e, incluso, inhumana. Y lo es aún más en tiempos de fragilidad,
incertidumbre e inseguridad, provocadas, muchas veces, por la aparición
de alguna enfermedad grave.
Pienso, por ejemplo, en cuantos estuvieron terriblemente solos
durante la pandemia de Covid-19; en los pacientes que no podía recibir
visitas, pero también en los enfermeros, médicos y personal de apoyo,
sobrecargados de trabajo y encerrados en las salas de aislamiento. Y
obviamente no olvidemos a quienes debieron afrontar solos la hora de la
muerte, solo asistidos por el personal sanitario, pero lejos de sus
propias familias.
Al mismo tiempo, me uno con dolor a la condición de sufrimiento y
soledad de quienes, a causa de la guerra y sus trágicas consecuencias,
se encuentran sin apoyo y sin asistencia. La guerra es la más terrible
de las enfermedades sociales y son las personas más frágiles las que
pagan el precio más alto.
Sin embargo, es necesario subrayar que, también en los países que
gozan de paz y cuentan con mayores recursos, el tiempo de la vejez y de
la enfermedad se vive a menudo en la soledad y, a veces, incluso en el
abandono. Esta triste realidad es consecuencia sobre todo de la cultura
del individualismo, que exalta el rendimiento a toda costa y cultiva el
mito de la eficiencia, volviéndose indiferente e incluso despiadada
cuando las personas ya no tienen la fuerza necesaria para seguir ese
ritmo. Se convierte entonces en una cultura del descarte, en la que «no
se considera ya a las personas como un valor primario que hay que
respetar y amparar, especialmente si son pobres o discapacitadas, si
“todavía no son útiles” —como los no nacidos—, o si “ya no sirven” —como
los ancianos—.» (Carta enc. Fratelli tutti,
18). Desgraciadamente, esta lógica también prevalece en determinadas
opciones políticas, que no son capaces de poner en el centro la dignidad
de la persona humana y sus necesidades, y no siempre favorecen las
estrategias y los medios necesarios para garantizar el derecho
fundamental a la salud y el acceso a los cuidados médicos a todo ser
humano. Al mismo tiempo, el abandono de las personas frágiles y su
soledad también se agravan por el hecho de reducir los cuidados
únicamente a servicios de salud, sin que éstos vayan sabiamente
acompañados por una “alianza terapéutica” entre médico, paciente y
familiares.
Nos hace bien volver a escuchar esa palabra bíblica: ¡no conviene que
el hombre esté solo! Dios la pronuncia al comienzo mismo de la creación
y nos revela así el sentido profundo de su designio sobre la humanidad,
pero, al mismo tiempo, también la herida mortal del pecado, que se
introduce generando recelos, fracturas, divisiones y, por tanto,
aislamiento. Esto afecta a la persona en todas sus relaciones; con Dios,
consigo misma, con los demás y con la creación. Ese aislamiento nos
hace perder el sentido de la existencia, nos roba la alegría del amor y
nos hace experimentar una opresiva sensación de soledad en todas las
etapas cruciales de la vida.
Hermanos y hermanas, el primer cuidado del que tenemos necesidad en
la enfermedad es el de una cercanía llena de compasión y de ternura. Por
eso, cuidar al enfermo significa, ante todo, cuidar sus relaciones,
todas sus relaciones; con Dios, con los demás —familiares, amigos,
personal sanitario—, con la creación y consigo mismo. ¿Es esto posible?
Claro que es posible, y todos estamos llamados a comprometernos para que
sea así. Fijémonos en la imagen del Buen Samaritano (cf. Lc 10,
25-37), en su capacidad para aminorar el paso y hacerse prójimo, en la
actitud de ternura con que alivia las heridas del hermano que sufre.
Recordemos esta verdad central de nuestra vida, que hemos venido al
mundo porque alguien nos ha acogido. Hemos sido hechos para el amor,
estamos llamados a la comunión y a la fraternidad. Esta dimensión de
nuestro ser nos sostiene de manera particular en tiempos de enfermedad y
fragilidad, y es la primera terapia que debemos adoptar todos juntos
para curar las enfermedades de la sociedad en la que vivimos.
A ustedes que padecen una enfermedad, temporal o crónica, me gustaría
decirles: ¡no se avergüencen de su deseo de cercanía y ternura! No lo
oculten y no piensen nunca que son una carga para los demás. La
condición de los enfermos nos invita a todos a frenar los ritmos
exasperados en los que estamos inmersos y a redescubrirnos a nosotros
mismos.
En este cambio de época en el que vivimos, nosotros los cristianos
estamos especialmente llamados a hacer nuestra la mirada compasiva de
Jesús. Cuidemos a quienes sufren y están solos, e incluso marginados y
descartados. Con el amor recíproco que Cristo Señor nos da en la
oración, sobre todo en la Eucaristía, sanemos las heridas de la soledad y
del aislamiento. Cooperemos así a contrarrestar la cultura del
individualismo, de la indiferencia, del descarte, y hagamos crecer la
cultura de la ternura y de la compasión.
Los enfermos, los frágiles, los pobres están en el corazón de la
Iglesia y deben estar también en el centro de nuestra atención humana y
solicitud pastoral. No olvidemos esto. Y encomendémonos a María
Santísima, Salud de los Enfermos, para que interceda por nosotros y nos
ayude a ser artífices de cercanía y de relaciones fraternas.
Roma, San Juan de Letrán, 10 de enero de 2024
Francisco